09/05/2021

Definirse

Escrito por Antonio Malcornado

Hace unas semanas me preguntaron cómo me definía yo. Yo contesté que como una persona comprometida. Sé que está feo echarse ores a la hora de hablar de virtudes propias, aunque podría ser peor y ponerme a contar mis peores defectos y eso sí que quedaría pedante. Pero como excusa puedo decir que estábamos en un taller y el ponente nos pidió que diéramos nuestra respuesta, así que la solté.


Viene al hilo porque desde ese día la idea no deja de darme vueltas de forma recurrente y al final me he dado cuenta de que aunque seguro que los demás no me ven con tanta benevolencia, creo que llevo toda mi vida clasificando a las personas desde un mismo punto de vista, fijándome y evaluando el grado de compromiso. Que no tiene porqué ser desde un planteamiento político o sindical, me vale el que cada uno o una elija. Ya lo valoro yo después. Está claro que otras muchas características también tendrán su peso y que incluso terminarán inclinando la balanza, pero haciendo un repaso de la gente a mi alrededor, las que salen mal paradas de este prejuicioso análisis, no cuentan con mi simpatía. Me sale de una manera natural, decir innata es exagerado, pero sí que incontrolable. De tal forma que sin darme cuenta no consigo empatizar y su compañía me resulta incómoda, me provoca desazón, y si ésta se alarga, enfado e incluso un comportamiento maleducado y casi seguro desagradable.


Me ha vuelto a pasar, esta vez en mi trabajo, con mis compañeros, A raíz de un incidente hace unos días. A primera hora de la mañana estábamos en el curro charlando durante un desplazamiento en coche sobre un pequeño accidente de tráfico, un simple golpe con un bolardo. El tema derivó en la responsabilidad frente a los excesos de confianza, etc. Tras varios intercambios de puntos de vista, y como suele suceder entre hombres, se hace una broma a modo de final de la conversación para quitarle seriedad al tema y seguido, el conductor saca el móvil para contestar a una llamada mientras sigue conduciendo. Cosa que me desagradó porque es muy explicativo del grado de compromiso para con tus compañeros (que dependen de que tus malditos despistes diarios no terminen provocando que los revientes en un accidente). Ahí quedó la cosa, con mi silencio ante tamaña imbecilidad, cosa que por otro lado he tomado como costumbre sobre todo cuando los comentarios o conversaciones toman un cariz, iba a decir “verde”, pero no, machista, rancio y casposo (otro recurso infantiloide para evitar conversaciones serias), facilitando así establecer un ambiente en el que todos se sientan parte del grupo. Me he dado cuenta que callarme es más efectivo que afearles, ya que se suele responder con envalentonamientos y ocurrencias socarronas varias. Y al menos así, a mi me supone un menor desgaste.


Continúa la jornada y a última hora a un compañero, ya dentro de las instalaciones de la empresa le atropella un camión que iba marcha atrás. Para lo que podía haber ocurrido, todo quedó en un buen susto con heridas superficiales y traslado al hospital. Pero me llamó especialmente la atención que mientras atendíamos al atropellado, la reacción de algunos de mis compañeros, que primero bloqueados, incapaces de reaccionar de forma adecuada para seguido empezar a decir bobadas y hacer bromas estúpidas. ¿Pero que nos pasa, es que no sabemos asumir y admitir que estamos asustados y punto? Tuve que enfadarme con alguno, precisamente para que actuara con un poco de seriedad. Después de lo comentado a primera hora de la mañana sobre responsabilidad, es decir compromiso ante cada situación en la que uno decide desenvolverse. En este caso el curro. Donde todos somos super capaces, serios y responsables...

Y es que pienso que si no eres capaz de admitir tus debilidades, es que no quieres aceptar que debes cambiar, atreverte a aprender, en definitiva mejorar y eso, es también “definirse” como exponente de la falta de compromiso. Ya de ser consecuente...

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