El calor insoportable no lo es tanto. El sol puede convertirse en fuego sobre tu cabeza si estás sobre un andamio, pero coge forma de día encantador si reposas en una lujosa habitación de un lujoso hotel en un lujoso complejo de tu lujosa, siempre lujosa, vida de rey. Por algo dicen que tienes sangre azul. Por algo te nombró Franco.
A esta misma hora, Juan Carlos I se encuentra –o se presume que se encuentra- en Emiratos Árabes Unidos. ¿Sorprende a alguien que el emérito, viejo amigo de dictadores, eligiese como destino una de las pocas monarquías absolutistas que quedan sobre la faz de la tierra? Hace ya varios años, tuve la inmensa suerte de encontrarme con unos cuantos documentos que relataban la colaboración que ese mismo rey Juan Carlos tuvo con la sanguinaria dictadura de Jorge Rafael Videla. Nada nuevo bajo el sol. Ni en La Zarzuela, ni en Emiratos Árabes Unidos.
Viajemos ahora a ese reino. ¿Sabía usted que si mañana la población emiratí tuviese intención de protestar contra la presencia de Juan Carlos de Borbón sería reprimida con gases lacrimógenos hechos en España?
Veamos los datos. En 2019, el Gobierno progresista de Pedro Sánchez autorizó la exportación de unos muy progresistas cartuchos lacrimógenos a Emiratos Árabes Unidos. Poco importó entonces que existiesen numerosos informes de organismos de derechos humanos relatando las violaciones a tales derechos por parte del régimen que hoy, claro está, acoge cordialmente a Juan Carlos de Borbón.
España mandó cartuchos para que el reino emiratí ahogase a los suyos, al tiempo que también permitió que se le mandasen armas para despedazar a la población de Yemen. Sí, ha leído bien: en plena campaña militar en territorio yemení, Emiratos Árabes Unidos ha comprado armamento español gracias a las autorizaciones concedidas por este progresista gobierno de Pedro Sánchez.
“En 2018, las exportaciones ascendieron a un total de 13,8 millones: 2,4 millones en municiones (granadas de mortero completas e iluminantes) y 11,4 millones en partes, piezas y repuestos para aviones de transporte y para aviones de reabastecimiento en vuelo y componentes de cámaras infrarrojas, todos ellos susceptibles de ser usados en la campaña aérea de bombardeos en Yemen”, puede leerse en un reciente informe de Armas Bajo Control, plataforma integrada por Amnistía Internacional, Intermón Oxfam, FundiPau y Greenpeace.
El negocio continuó en 2019. Durante el año pasado, el Ejecutivo autorizó 23 licencias de exportación de material de defensa por valor de 42,5 millones de euros. Armas ligeras, munición, sistema de dirección de tiro, vehículos, aeronaves, equipos electrónicos y tecnología forman parte de la lista de la compra. En total, las ventas de productos militares alcanzaron los 179,19 millones de euros.
Armas Bajo Control destacaba en ese informe que “si el Gobierno sigue autorizando exportaciones a estos destinos pese al riesgo sustancial de uso contrario al derecho internacional”, corre serio riesgo de “ser cómplice de la comisión de crímenes de derecho internacional, una cuestión que, eventualmente, puede tener consecuencias jurídicas”.
Allá está Juan Carlos I. Allá está, codeándose con los que hacen millonarios negocios con la industria militar española. Un negocio millonario a costa de la vida de tantas y tantas personas que nunca, jamás, podrán saber que un día se escribieron estas líneas.
Suspender las transferencias de armas a Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos e Israel y revocar las autorizaciones de exportación en las que exista un riesgo sustancial de que podrían utilizarse para cometer o facilitar atrocidades en Yemen y los Territorios Palestinos Ocupados.
Por su parte, en el segundo semestre de 2018, el Gobierno de Sánchez autorizó 14 licencias por importe de 39,1 millones en las categorías de aeronaves (30 millones) y equipos electrónicos (9,1 millones), lo que supuso un total anual de 24 licencias por valor de 278,13 millones.
En 2018, las exportaciones ascendieron a un total de 13,8 millones: 2,4 millones en municiones (granadas de mortero completas e iluminantes) y 11,4 millones en partes, piezas y repuestos para aviones de transporte y para aviones de reabastecimiento en vuelo y componentes de cámaras infrarrojas, todos ellos susceptibles de ser usados en la campaña aérea de bombardeos en Yemen. Todas estas exportaciones se realizaron en el segundo semestre del año, excepto 867.623 € de la categoría de aeronaves para las Fuerzas Armadas.
En 2019, el Gobierno autorizó 23 licencias de exportación de material de defensa, por valor de 42,5 millones, desglosados en las categorías de armas ligeras, munición (13,5 millones), sistema de dirección de tiro (21,6 millones), vehículos (83.520 €), aeronaves (61.940 €), equipos electrónicos y tecnología (7,2 millones). Las exportaciones realizadas en 2019 superaron los 179,19 millones. 160 de ellos correspondían a la categoría de aeronaves, incluidos cuatro aviones de transporte por valor de 142,9 millones de euros y repuestos para aviones de transporte, 9,4 millones a munición (ocho sistemas lanzagranadas con sus municiones y maquetas para demostración, granadas de mortero), además de una cantidad pequeña (75.216 €) en repuestos para vehículos blindados, transferencia de tecnología de diseño para avión de entrenamiento (285.282 €), sistemas de vigilancia radar y de comunicaciones (9,1 millones €) y armas ligeras (0 €). De las exportaciones realizadas el 99,8% fue destinado a las FF.AA. y el 0,2% a la empresa privada.
A pesar de la pandemia, después de unos lunes de descanso en Bilbao, aunque en algunos pueblos mantuvieron sus concentraciones, el 24 de agosto se celebró una manifestación a la cual concurrieron unas 5.000 personas, en su mayoría pensionistas.
El pasado lunes 7 de setiembre se retomaron las concentraciones en las tres capitales y en 70 pueblos de Euskal Herria. Concretamente en Bilbao, participaron alrededor de 500 pensionistas, lo cual ha significado de un buen comienzo para seguir con nuestras reivindicaciones.
El miedo y la consabida prevención ante los nuevos rebrotes del COVID-19 harán que presumiblemente que la asistencia y a la participación en las futuras concentraciones sea inferior a las de otras ocasiones, concentraciones seguras, iremos acudiendo con mascarillas y guardando las medidas de distancia y seguridad sanitarias.
Los pensionistas tenemos claro lo que significa la pandemia y observamos sus grandes secuelas. Los referimos a la preocupante situación de las personas dependientes en las residencias, también en las casas con sus secuelas de contagios y hospitalizaciones, contagios que también se extienden a las personas que les cuidan.
También nos preocupa como no a las madres y padres que en ocasiones nos tienen que dejar a nuestro cuidado a sus hij@s y que sus progenitores no tengan la posibilidad de dar una solución a sus problemas mediante el acceso a una baja laboral, mientras no hay una ley que lo permita.
Por ello vamos a seguir con nuestras denuncias y presentación de alternativas como un amplio informe ante la Fiscalía General del País Vasco donde se recogen las deficiencias e irregularidades que hemos venido comprobando en lo que se refiere a las residencias de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa.
Residencias que solo se ven como un negocio y que carecen de personal suficiente y especializado y con unas carencias laborales, y no solo en cuanto a una remuneración digna, sino de materiales y tiempo para atender a los residentes, que, evidentemente nos merecedoras de recibir una atención digna.
Las residencias no son almacenes de carne humana, son algo o mejor dicho deberían de ser unos centros de acogimiento de unas personas que con su trabajo generaron beneficios para los empresarios y construyeron país como a algunos políticos les gusta expresar. Las diputaciones deberían tener parte de esta preocupación que al parecer les viene de soslayo.
Tampoco vamos a permitir que, con la excusa de la pandemia, los gobiernos e instituciones centrales y autonómicas dilaten en dar una respuesta urgente a la problemática de las pensiones y más concretamente a la demanda de una pensión mínima de 1.080 euros.
Detrás del discurso ante los empresarios por parte del presidente Pedro Sánchez, se esconden las negociaciones del Pacto de Toledo y como no la de los presupuestos generales. Ahora tendremos la ocasión de comprobar hasta donde está dispuesto a llegar el gobierno de coalición tanto estatal como autonómico.
Por esto los pensionistas no podemos dejar de ocupar la calle, sabemos que nuestra presencia les incomoda y pensamos que nos tendrán presente en suys reuniones de trabajo y carteras políticas.
Si intento recordar una desobediencia civil que moviera los cimientos de la democracia, me tengo que trasladar nada más y nada menos que a finales de los años 80. El Movimiento de Insumisión surgido en el Estado español hace más de 30 años, puso en jaque a un Gobierno democrático que se le llenaba la boca hablando de libertades y de derechos humanos. Más de 20.000 jóvenes insumisos apoyados por colectivos antimilitaristas, movimientos anarquistas y organizaciones sindicales se unieron, no solo con el pretexto de acabar con el Servicio Militar Obligatorio, sino con la intención de plantar cara al Ejército y pedir su inmediata abolición. Evidentemente la estrategia del Gobierno para debilitar el movimiento, que cada vez se hacía más fuerte entre los antimilitaristas, fue endurecer las penas de cárcel y reprimir con dureza las manifestaciones que recorrieron cada ciudad y pueblo de todo el Estado. Miles de jóvenes acabaron encarcelados a manos del PSOE, pero demostraron que con organización y estrategias las reglas del juego pueden ser cambiadas.
Hace poco tuvimos en el País Vasco las elecciones al Parlamento, concretamente el 12 de Julio. Según el censo electoral estaban llamados a las urnas 1.794.316 personas de las cuales votaron un 50,78% y el 49,22% restante decidió no ir a votar. Es curioso como la ley electoral ignora de manera abrumadora esa abstención que nunca se ve representada y que tanto les duele a los votantes, no ir a votar te convierte en Satán a ojos del buen ciudadano. El PNV, como era de esperar, se alzó con la victoria con 349.960 votos respecto al censo electoral. Tengamos en cuenta esta cifra, porque obteniendo casi 50.000 votos menos que la anterior legislatura (fueron concretamente 398.168 votos) han logrado obtener 31 escaños, tres más que las pasadas elecciones.Todo este baile de números se lo debemos única y exclusivamente a Ley D´Hondt, una ley que viene a decir que según donde vivas tu voto vale más que el de la provincia de al lado. Si a todo esto le sumamos los 122.248 votos obtenidos por el Psoe, podemos observar como el Sistema D'Hondt, por arte de magia, otorga una abrumadora mayoría para gobernar cómodamente en la CAV. Yo por mucho que lo intento no veo esa mayoría absoluta por ninguna parte. Dicho de otra manera, el sistema electoral es una farsa y de democrático tiene muy poco.
Justo esta semana, cuando estoy terminando de redactar este artículo, Urkullu toma el cargo como presidente al Parlamento Vasco y tendrá por delante cuatro años de mandato que ninguna mayoría real le ha otorgado, ni siquiera apoyándose con los escaños socialistas. Sin duda alguna la fuerza más "votada", la abstención.
Pensar que la última gran desobediencia civil pasó hace más de 30 años dice mucho de la sociedad en la que vivimos. Hemos dejado de creer que con organización, asamblearismo y apoyo mutuo podemos cambiar las cosas. No podemos confiar en partidos políticos para lograr y mejorar nuestros derechos laborales, sin ir más lejos, el supuesto Gobierno progresista sigue sin derogar la Reforma Laboral y la Ley Mordaza que tanto prometió en la última campaña electoral una vez empezado su mandato. Ni siquiera podemos apoyarnos en los sindicatos mayoritarios, son empresas privadas subvencionadas con dinero público que están muy lejos de representar a la clase trabajadora.
La insumisión a las mesas electorales debería ser una estrategia a seguir por una gran mayoría de votantes y no votantes. Obviamente es una postura ilegal, pero éticamente aprobable. Todavía no conozco a nadie que vaya contento a formar parte de una mesa electoral, obligado a trabajar más de doce horas en un día festivo, cobrando una mísera retribución.
Desde CNT siempre hemos apoyado la abstención activa y de igual manera apoyamos una desobediencia civil tan clara como la negación a formar parte del paripé electoral. No podemos dejar pasar otros 30 años para plantar cara a esta falsa democracia. La desobediencia es el camino.
Andan a la greña los prebostes mundiales, al menos aparentemente, que perro no muerde a perro, y menos entre éstos.
En tiempos de pandemia mundial, quieren lo mejor para los suyos, dicen, aunque como siempre, es más para lo suyo, cosas del lenguaje. Pero a lo que íbamos, se pegan, insisto, parece, por conseguir material clínico, mascarillas, guantes, vacunas, …, para sus poblaciones locales, que los de fuera, aunque les den beneficios, la globalización, ya se sabe, no les dan votos ni posición.
Y así, tirando de talonario o tirando de tiranía, tanto les da, se llevan esos productos los más fuertes y mejor situados en el ranking de las naciones, dejando sumidos en la incertidumbre a quienes no han conseguido adquirirlos, y obligándolos, casi, a disculparse por ello, ante sus ciudadanos. Qué felonía.
Pelean, también, aunque insistimos, más como espectáculo que dura batalla, por las medidas a adoptar ante la pandemia, y por los resultados de esas medidas.
Así, cada estado hace su recuento de fallecidos, como mejor le viene, unos excluyen a los muertos fuera del sistema público, otros solo contabilizan a los diagnosticados como coronavirus excluyendo a los que presentan patologías anteriores o paralelas, otros excluyen a los y las mayores ingresados e ingresadas en residencias. El objetivo, por mal que nos vaya, a los otros les va peor.
Excluyen, también, los daños colaterales. Ciudadanas despanzurradas por la policía por no cumplir con la distancia social, por no llevar la mascarilla, por no respetar los confinamientos, por no atender la razón de estado. Como siempre, los muertos los hacen ellos, pero son nuestros.
Y justo ahora, que sus demagogos profesionales, políticos, periodistas, economistas, tertulianos…, nos vendían las bondades de su sistema, la inclusión en él de todas y todos, a través de la economía circular, colaborativa, también con el emprendimiento, que lo puede realizar cualquiera y, especialmente, con la implicación de todas y todos en las decisiones de las empresas, en su futuro y en su pervivencia, y cuando algunos y algunas se lo empezaban a creer, va, y viene la pandemia, y les hace caer el telón, se acabó el teatro, vuelta a lo de siempre.
El aquí mando yo, y mi dinero y poder imponen mi razón, o sin razón, tanto da, se generaliza. Y así, la jerarquía, la autoridad, el poder y la fuerza del capital, se recupera y campa a sus anchas, en España, Brasil, Inglaterra, Francia, Rusia, China y, por supuesto, USA. El poder se centraliza y no admite más verdad que la suya.
Si no nos mata la pandemia o la autoridad, lo harán las medidas que nos obligan a adoptar para, supuestamente, librarnos de ella.
El confinamiento, las mascarillas y la distancia social, que nos aíslan, individualizan y deshumanizan, se les olvida en cuanto se trata de hacer caja. No podemos salir, pero si, para ir a trabajar, y a consumir a grandes superficies, allí el hacinamiento y el contacto, por arte de magia, deja de ser preocupante, solo en la calle, en la relación con los tuyos y con los como tú, constituye un auténtico peligro.
Y la mayoría, si no todas y todos, como nos mandan, obedecer y callar, alinearse y a tirar.
Ah, que tiempos los de la insumisión, la desobediencia, la confrontación. Cuando las imposiciones eran contestadas de inmediato. Cuando ser trabajadoras y trabajadores, estudiantes, jóvenes, mujeres y hombres del pueblo, del común, tenía un valor, tenían valor. Y ante situaciones como la presente, de imposición y cuasi tiranía, la revuelta estaba garantizada.
Ojo, no se entienda este escrito como negacionista de la pandemia, nunca, veo sus efectos cada día. De las medidas de los gobiernos para afrontarla, si, sin duda. La enfermedad y la muerte, como siempre a lo largo de la historia, están ahí, y debemos aprender a tratarlas, a superarlas o a sufrirlas. Pero no serán gobiernos ni políticos quienes nos libren de ellas. Tienen otros intereses, nosotras y nosotros les importamos lo de siempre, un carajo.
En 1969 el colectivo LGTBQI+ decidió quejarse de forma espontánea y manifestar su desacuerdo y enfado contra una de tantas redadas policiales que tuvieron lugar en el Pub Stonewall Inn. Es importante recordar que Marsha P. Johnson, mujer trans negra, arrojó el primer ladrillo en los disturbios de Stonewall y Stormé DeLarverie fué la primera negra lesbiana en lanzar el primer golpe. Estas mujeres negras arriesgaron sus vidas para luchar por los derechos LGTBQI+ en una época en que ni siquiera eran bien recibidas en lo pubs gais de la ciudad, invitándolas a abandonar dichos pubs entre insultos y agresiones.
Han pasado 51 años y huelga decir que los abusos por parte de las fuerzas represoras del estado no han cesado, sino que se han incrementado en el caso de las personas racializadas. Mientras, en un descarado intento de meternos el capitalismo hasta en la sopa y tratar de obtener beneficio económico vaciando de contenido cualquier acto que lo pudiera tener, las instituciones tratan de asimilar la lucha del movimiento que reivindica libertades sexuales fuera de patologizaciones y encorsetamientos, convirtiéndolo en un baño de purpurina, carrozas, música machacona y logos de trasnacionales que se pasan por el arco del triunfo los derechos laborales y la decencia. Las instituciones, empresas y algún que otro colectivo se empeñan en celebrar cada año un Orgullo blanco, clasista, adinerado y que juegue dentro de las leyes establecidas para no molestar demasiado, dejando a un lado y sin voz a los sectores más marginales y racializados.
Bien sabe todo el mundo, que en CNT amamos el ocio por encima de todas las cosas, pero DESPRECIAMOS con mayúsculas los intentos de manipulación y tutelaje de quienes fingen intentar gobernarnos tratando de sustituir activismo por negocio.
Coincide este mes de ruidosas protestas internacionales por subrayar la importancia de las vidas negras, con el 28J, y aún nos resuena el eslogan del confinado 1 de mayo: orgullo de clase trabajadora y orgullo de CNT. Lo sentimos. Tenemos que hacer la pregunta real y no retórica: ¿El 28J, dónde está el orgullo de CNT? Nuestra central anarcosindicalista se lleva especializando en acción directa y apoyo mutuo más de cien años. Sabemos que nuestra ocupación es la defensa de los derechos laborales de las personas, para que alguien tenga las agallas suficientes de dar un paso al frente y reivindicar lo que es suyo y a no ser que trabaje en una tienda de muebles ¿se espera realmente que lo haga desde un armario?
Es importante recalcar que actualmente siete de cada diez personas LGTBQI+ ocultan su orientación sexual en el trabajo y es obligación de nuestro sindicato estar a la altura de las circunstancias defendiendo y reivindicando el 28J igual que se hace con el 1M.
El mensaje de este artículo no es enrevesado ni complejo: Es MUY importante empezar a implementar medidas y gestos que visibilicen las disparidades de nuestra militancia. En lo que a personas libertarias y sus situaciones se refiere, no hay una lista de prioridades en las que algunos colectivos deban coger vez y esperar con paciencia revolucionaria su turno para existir. Los 28J deben ser un día clave en el calendario de nuestra lucha, porque representan el antes y el después de un motín de personas, una vez más con pedradas contra la policía de por medio, que dio sus frutos a paso lento pero firme: la homosexualidad dejó de ser una enfermedad en el año 1990 y la transexualidad se despatologizó en 2018. En los cuerpos y las mentes cisheterosexuales esto puede parecer algo que ya está superado, y que no necesita reconocimiento, ni altavoces. Prueba a besarte con tu novia en el metro sin que los machos de turno te ofrezcan tríos o a mencionar el sexo anal a cualquier cishombre hetero, siendo él quien lo recibe. Hay mucho por hacer. La afiliación bollera, bisexual, pansexual y gay que hemos vivido lesbo/bi/transfobia, sabemos que la reparación está aún bien lejos. Y las personas trans, que debían someterse a diagnósticos psiquiátricos HASTA HACE DOS AÑOS por ser quienes eran, es posible que tengan aún más que decir sobre el tema. Cada año nos sobrecogemos al ver alguna adolescente trans muerta a manos del bullying escolar y de las carencias que sufre el sistema, pero una vez nos ha sobrevolado la noticia todo queda en el mismo punto y nada avanza.
Como anarcosindicalistas que somos queremos sentirnos representadas en el sindicato y que no se nos tome a la ligera cuando reivindicamos algún área de mejora dentro de la organización. Sería deseable que las aportaciones de la afiliación sirvieran para sentir que sumamos fuerzas, no para temer que nos dividan.
Por lo tanto, personas de género fluido, disidentes de género, trans, cis, mujeres, hombres, bisexuales, pansexuales, lesbianas, gays, asexuales y heteros de la CNT: desde el minuto uno en que alguien entre en nuestros locales, hagámosles sentir de qué lado estamos. Mostremos cuál es nuestra apuesta: celebrar la amplitud y variedad de identidades explícitamente. Deshagámonos ya de “mariconadas” y de mandar a la gente a “tomar por culo” cuando nos parece un “coñazo”. Creemos formularios y programas informáticos donde no tenga cabida sólo el arcaico binarismo de género. Añadamos banderas y pegatinas que nos representen a todxs. Unámonos en las calles con apoyo mutuo a quienes aún deben gritar que quieren tener derecho a vivir siendo quienes son. Hablemos abiertamente con nuestrxs hijxs de las opciones vitales existentes sin meterles miedo: lo que realmente da miedo, no es ser una misma, sino fingir durante años para que no te dejen de querer. Pero sobre todo, actuemos SIEMPRE que vemos agresiones lesbófobas, homófobas o tránsfobas, porque como dijo no sé quién, la neutralidad y el hacernos los suecos por vagancia e irresponsabilidad, nos coloca siempre en el lado de los opresores. ¿Tú con quién estás?
Este 28J quisiera oír alto y claro eso del ORGULLO de CNT.
Imagen cortesía de Mamen Moreu
El pasado domingo 12 de julio, como es mi costumbre, no participé en la fiesta de la democracia que tuvo lugar en la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV). Es que yo soy muy soseras para los asuntos festivos. Si no soy un buen embajador de, por citar algo cercano, la Aste Nagusia de Bilbao, menos voy a serlo para esa excitación que a algunos les supone introducir un sobre en una urna.
Mi hábito de no votar, tanto en las Elecciones al Parlamento Vasco como en los demás comicios, no me convierten en un ser aventajado respecto a quien sí vota. Me resulta absurdo el abstencionista que argumenta eso de “si votas legitimas el sistema” al igual que me parece ridículo el votante que me sentencia con “si no votas no tienes derecho a quejarte” o, como he tenido que aguantar en los últimos años, que se culpe al abstencionismo de la aparición de VOX en diferentes Parlamentos. Como repartir legitimidades y responsabilidades es gratis, quien se autodesigne como elegido repartidor que distribuya sus bendiciones como le salga de la entrepierna.
Mi actitud de no votar obedece a varios motivos pero como mi intención no es extenderme demasiado, señalo brevemente dos de ellos : uno es matemático y el otro es de clase.
MOTIVO MATEMÁTICO
Te invitan a participar con tu papeleta y los datos que reflejan la acción de votar o no votar, trasladados al Parlamento, mutan hacia una composición totalmente falsa en cuanto a la representación del sentir político que hay, en este caso, en la CAPV.
Según los datos del Censo Electoral, 1.718.318 éramos las personas con derecho a voto, de las que el 52,86% así lo han hecho y el 47,14% nos hemos abstenido. Pues bien, el Parlamento solo asigna escaños en función de ese 52,86% que ha votado y de una manera tan particular que, sin entrar en muchos detalles, el PNV perdiendo 50.000 votos respecto a las elecciones de 2016, por el contrario, obtiene tres escaños más que hace cuatro años. Invito a quien tenga tiempo y ganas para que revise los votos obtenidos por las formaciones que se han presentado a estos comicios, sume los votos de las posibles alianzas y compruebe la desproporción entre votos, respecto al Censo Electoral, y escaños. Así es como surgen mayorías parlamentarias inexistentes en las urnas. Es la magia del parlamentarismo.
Resumiendo, las matemáticas aplicadas al parlamentarismo gozan de una flexibilidad apta solo para los amantes del contorsionismo, eso sí, con muchas tragaderas.
MOTIVO DE CLASE
Como trabajador que aspira a una sociedad más justa y equitativa me organizo en el Sindicato que es el área política en el que nos asociamos los trabajadores. Mi conciencia de clase trabajadora se ve perturbada cuando vas tú y depositas una papeleta en la urna para elegir a un Partido. ¿Por qué me incomoda? Porque considero a los Partidos como los garantes de que el monstruo bicéfalo Patronal/Banca campe a sus anchas.
Los trabajadores somos los que generamos la riqueza -no lo digo yo, el Covid-19 ya se ha encargado de recordárselo a todo el mundo durante el confinamiento-, por tanto, la existencia de un Partido es irrelevante para una clase trabajadora que quiere erradicar la explotación ejercida por la Patronal. Por eso nos organizamos como Sindicato, como sujetos políticamente activos con el fín de conquistar parcelas de libertad que arrebatamos a los que viven de la explotación.
En el momento en el que votas nos estás despojando a los trabajadores de nuestro componente político, traspasándoselo al Partido que adquiere un protagonismo estelar, y relegas al Sindicato a un puesto de, como mucho, mero espectador. Votar a un Partido significa dejar, en general, al Sindicato ideológicamente desnudo y, en particular, al trabajador en tierra de nadie.
Hace unas cuántas décadas, unos hombres y unas mujeres que sufrían la explotación se asociaron como Sindicato, con sus virtudes y sus defectos, en torno a un ideal de emancipación, de transformación de la sociedad, de ser los garantes de su propio destino, para el que tuvieron claro que lo único que necesitaban era poner en práctica su potencial como trabajadores en el terreno de la creación, tanto material como cultural, y en el terreno de la distribución. Para esta finalidad, con la capacidad transformadora de la clase trabajadora puesta sobre la mesa, cualquier Partido es un estorbo.
Finalizo, agradeciéndote por anticipado a ti, votante, sí, votante, que en las próximas elecciones, sean del signo que sean, no me des la brasa con tus sermones pro-voto, dicho esto desde el más absoluto de los respetos... de momento.
Artículo publicado en Hordago - El Salto.
Las movilizaciones durante el día 30 fueron masivas, un completo éxito. Sin embargo, la valoración como huelga general es más difusa. Es evidente que los sindicatos no estamos llegando a todas las capas de la clase trabajadora, y esto va en detrimento del modelo de huelga general clásico.
Cuando comenzó la mal llamada crisis, se dio inicio a un ciclo de huelgas generales que duró hasta 2013. Tras casi siete años, parece que frente a nosotras está resurgiendo otro ciclo de luchas que ha tomado como pistoletazo de salida la huelga general del 30 de enero. El contexto del que partimos es que la Gran Recesión ha golpeado duramente a la clase trabajadora, y el Gran Capital ha avanzado en el reparto de la riqueza que se genera. De hecho, desde 2014 se ha dado un crecimiento económico que ha ido a parar directamente al Capital, mientras las condiciones laborales han empeorado durante todo el periodo. Ante todo esto, hay razones de sobra para hacer huelga.
Se ha definido esta huelga como ofensiva, al no hacerse ante una reforma laboral o del sistema de pensiones. Como si tuviésemos que esperar un golpe para reaccionar. De hecho, llevamos años en los que no hemos dejado de recibir golpes. También se la ha definido como política y, valga la redundancia, toda huelga general de por sí, es política. También se le ha criticado que no la convocaban todas las centrales sindicales: se puede esperar a alguien si se tiene intención de unirse, pero este no era el caso. También la han declarado como una huelga nacionalista, sin embargo, los sindicatos que podrían haberla “desnacionalizado”, no lo han hecho.
Esta huelga partía de una petición expresa del movimiento de pensionistas. En sus contactos con las organizaciones sindicales, y se reunieron con todas, plantearon la posibilidad de realizar una gran movilización que incluyese a los diferentes colectivos de la sociedad. Entre las opciones estaba la de realizar un paro o una huelga, y desde CNT se les planteó que habría que ir más allá del paro de cuatro, ocho o 24 horas, que había motivos de sobra, aunque el hecho de llevar a cabo una movilización de ese tipo no estaba en manos de la CNT. También se puso sobre la mesa que, para que la presión sobre los gobiernos (vasco, navarro y central) fuera mayor, habría que intentar que en el resto del estado también se llevase a cabo la huelga.
Se ha definido esta huelga como ofensiva, como si tuviésemos que esperar un golpe para reaccionar.
Las primeras críticas vinieron de las centrales sindicales CCOO y UGT, tildándola de huelga nacionalista. La realidad es que estás centrales lo han tenido difícil para posicionarse a favor, pese a haber motivos de sobra para hacerla. Entre las peticiones del movimiento de pensionistas se encontraba la derogación de la Reforma de las Pensiones de 2011, suscrita por ambas centrales. También pusieron sobre la mesa que la realización de una nueva reforma del sistema de pensiones no se llevase a cabo desde arriba y de una manera tecnocrática, como es el Pacto de Toledo, donde ambas centrales se sienten cómodas. Son sobretodo esas contradicciones las que han llevado a CCOO y UGT posicionarse en contra de la huelga. Han acusado a la huelga de nacionalista pero no estaba en manos de los sindicatos de marco territorial vasco el hecho de convocarla en todo el Estado, sino en la mano de estas dos centrales. También se ha dicho que era una huelga contra el gobierno “de progreso” de Madrid, que hay que darle una oportunidad para trabajar. Sin embargo, estas dos centrales omiten que ya se han manifestado contra el gobierno “de progreso” en León, para rechazar las desigualdades territoriales y reclamar un futuro para ese territorio. Las excusas para oponerse a la huelga se caen por su propio peso.
Otra cuestión es la de la forma de la convocatoria. La petición del movimiento de pensionistas era claro, habían puesto los motivos sobre la mesa. La Carta Social y la CNT los asumió, pero en la convocatoria de huelga los sindicatos convocantes de la Carta Social añadieron un último punto, que no estaba incluido en el escrito que se presentó junto al Movimiento de Pensionistas en la rueda de prensa del 26 de noviembre. Aún así, desde CNT no se dudó en apoyar la huelga, ya que razones había de sobra.
Las movilizaciones durante el día 30 fueron masivas, un completo éxito. Se logró movilizar a cientos de miles de personas por un trabajo, unas pensiones y una vida digna. La dinámica de trabajo puesta en marcha, recuperando los comités de huelga de barrio y pueblo, ha sido uno de los aciertos. Si bien su funcionamiento no ha sido del todo homogéneo, se ha tratado que los diversos agentes, más allá de las centrales sindicales, tomasen la iniciativa en la organización de la huelga. Ha ayudado a que personas con diferentes trayectorias converjan en un mismo espacio, hayan trabajado mano a mano. Y de cara a futuras movilizaciones, este es uno de los elementos más importantes, al haber comenzado a tejer una red de relaciones que pueda movilizar a pie de calle. Además, para muchas jóvenes esta ha sido su primera huelga general y su toma de contacto con estos comités. Aún así, todavía queda para llegar a más colectivos, para que puedan participar de manera activa más personas, por ejemplo, inmigrantes, que son parte de la clase trabajadora.
Sin embargo, la valoración como huelga general es más difusa. Es importante resaltar que las movilizaciones hayan sido masivas, demostrando un poder desde lo simbólico. La huelga como tal, no ha logrado el mismo nivel de éxito. El modelo de huelga general clásico, que incluye la huelga de producción, de consumo y, desde la aportación feminista, de cuidados, parece que no se ha acabado de llevar a cabo. Es cierto que desde las patronales, los gobiernos y muchos medios de comunicación se ha hecho una labor de invisibilización de la misma. Que UGT y CCOO se posicionasen en contra, no ha ayudado. Las trabajadoras del sector público pararon, también muchas empresas y, en muchas comarcas y barrios, el pequeño comercio. Pero no pararon en muchas grandes empresas, como el gran comercio dependiente de transnacionales, donde el empleo precario, inestable y mal pagado es moneda de cada día. Tampoco en muchas empresas donde no hay representación sindical.
La dinámica de trabajo puesta en marcha, recuperando los comités de huelga de barrio y pueblo, ha sido uno de los aciertos.
Esto nos lleva a una reflexión, que desde las organizaciones sindicales nos hacemos: ante los nuevos modelos de relaciones laborales que se van extendiendo ¿estamos llegando a todas las capas de la clase trabajadora? Aún con los esfuerzos que se están llevando a cabo, es evidente que no, y esto va en detrimento del modelo de huelga general clásico antes citado. Un reflejo han sido los piquetes informativos. En general, los piquetes han tenido un perfil más suave. No me estoy olvidando de los actos de sabotaje llevados a cabo ni de las detenidas. Dejando de lado varios casos, la percepción sí es de que ha habido menos tensión, en general. Un reflejo de esto es que, a partir de las manifestaciones del mediodía, la presión de los piquetes disminuye. Intuyo que muchas tenemos en mente los ejemplos que se están dando al norte de los Pirineos contra la reforma de las pensiones de Macron, donde están revisando la herramienta de la huelga de una manera creativa, sí, pero efectiva. Si no le damos una vuelta a esta cuestión, el riesgo está en convertir la huelga general en solo grandes movilizaciones.
Creo que todo el mundo es consciente que el 30E fue un pistoletazo de salida, en el que tenemos que reflexionar de manera crítica pero también resaltar sus aciertos. Los cambios sociales requieren sacrificios, y aún nos queda camino por recorrer para lograr esos cambios.
Publicado en el periódico CNT
Juan, aparejador; Miguel, contable; Julia, enfermera; Andrés, médico; Natalia, economista, Pedro, asesor financiero; Marta, camarera; Alfredo, mozo de almacén... Muchos nombres y profesiones con algo en común: son figurantes del audiovisual. Tras la crisis de 2007 mucha gente vio cómo sus trabajos se iban al garete y las condiciones laborales que habían tenido iban desapareciendo y no volverían jamás. La mayoría empezó a trabajar en el sector por la necesidad de sacar un dinero extra con un trabajo de días sueltos y han acabado sumidos en un empleo que resulta ser a tiempo más que completo, pero en el que muchos días no cuentan: jornadas de búsqueda de rodajes, casting, que si llamas a esta agencia, que si ahora a otra y así con un poco de suerte consigues trabajar uno o dos días esta semana...
Parece sorprendente que el audiovisual, que está creciendo y que tiene muy buenas perspectivas desde el punto de vista de la industria —léase los jefes— resulte ser un sector en que la precariedad laboral sea tan elevada, pero si miramos a las artes escénicas la cosa no cambia mucho. Trabajos de extrema temporalidad, en la mayoría de casos de un solo día de duración, como le ocurre a la figuración o a actores y actrices en pequeños papeles, y un creciente exceso del «no se puede repetir» como mantra que las productoras estiran al límite. Por poner un ejemplo: una compañera figurante va a trabajar a una serie y su trabajo consiste en pasear por una acera del lado opuesto a la que usan los actores en la escena. Imposible que el espectador se fije en ella, máxime cuando en el plano aparecerá el fondo desenfocado. Sin embargo, puede que sea el único día que trabaje en esa serie, mientras las agencias tienen que captar continuamente gente a la que «vender a granel». De esta forma la figuración profesional, que más o menos podía sacarse un jornal, ve cada vez más depauperada su situación: su
experiencia en ese trabajo no se traduce en mayor estabilidad, sino todo lo contrario.
En septiembre de 2016 la fundación AISGE sacó a la luz su último informe sobre la situación sociolaboral del sector de actores y bailarines en España, y reflejaba unos datos bastante desalentadores. Basado en 3.282 encuestas, reflejaba que solo el 43% de profesionales que participaron en el estudio había trabajado en el sector artístico en el año 2015, frente al 66% de 2004 o el 63% de 2011. Pero no solo el paro endémico en esta profesión es muy inquietante: si echamos un vistazo a las cifras de salarios anuales, el estudio indica que el 53% no superó los 3.000€ anuales; de hecho, el 29% se situaba en la franja por debajo de los 600€ anuales, mientras tan solo un 8,17% superaba la cifra de los 12.000€ y un 2,15% ganó 30.000€ o más. Es muy preocupante la evolución de las franjas de mayor precariedad en los datos históricos, que muestran que se ha duplicado el número de personas que cobran por debajo de los 600€ o menos.
«Trabajos de extrema temporalidad, en la mayoría de casos de un solo día de duración, como le ocurre a la figuración o a actores y actrices en pequeños papeles, y un creciente exceso del «no se puede repetir» como mantra de las productoras»
Pero lo que no muestran los datos es todo el trabajo necesario para preparar una función o un rodaje, o para conseguir ese empleo. La dedicación «extralaboral» de la profesión no la cuenta nadie. A los datos de precariedad de salarios y escasez de trabajo —el 46% de los actores trabajó menos de 30 días a lo largo de 2015—, hay que sumar el esfuerzo en formación y entrenamiento profesional que requiere estar preparado para defender un casting con posibilidades de llevarse el papel. Eso implica horas y dinero. Si además añadimos que el 11,7% de los trabajos que se consiguen son sin contrato, llegamos a una situación en la que una reflexión seria y profunda de qué es lo que está ocurriendo en el sector se hace más que necesaria.
La brecha de género obviamente está presente: la tasa de desocupación de las compañeras es 6 puntos superior a la de los hombres, predominan en la franja de ingresos inferiores a 600€ anuales y también son las que más veces trabajan sin contrato.
La llegada de grandes productoras como Netflix, Amazon, HBO y otras plataformas digitales parece que trae mucho trabajo al sector audiovisual español, o al menos eso se nos hace creer. ¿Trae mejores condiciones? Sabemos que no. Desde la Coordinadora de Artes Escénicas y Cinematográficas de CNT nos hemos enfrentado a numerosos rodajes que, con la excusa de tratarse de producciones de bajo presupuesto para plataformas digitales (como RTVE, Movistar+ y otros grandes grupos de comunicación), han estado ofreciendo condiciones por debajo de los convenios colectivos o directamente pidiendo figurantes y actores gratis y sin contrato. Afortunadamente, nuestra implantación en el sector es profunda y los ejemplos de despliegue de nuestras capacidades —como aquella ocasión en que compañeras de CNT en Teruel localizaron un rodaje en la provincia sin más información que nuestra llamada de aviso— son un indicador de que con organización se puede al menos plantar cara y tratar de mejorar nuestras condiciones.
«La figuración profesional, que podría sacarse un jornal, ve cada vez más depauperada su situación: su experiencia en ese trabajo no se traduce en mayor estabilidad, sino todo lo contrario»
Si nos centramos en la figuración del audiovisual y vemos sus rangos salariales, comparados con la cantidad media de veces que se trabaja, está claro que las cuentas no salen. Una jornada de trabajo de 8 horas son 45,5€ brutos y con suerte trabajan dos días a la semana. Eso hace que la figuración se mueva en el entorno de los 370€ mensuales. Por tanto, tienen que buscarse la vida con otros trabajos igual de precarios, como azafatas/os de eventos, hostelería en fines de semana o, en algunos casos, con actuaciones en teatros alternativos o microteatros que les permitan compaginar ambas cosas. Además, este trabajo agrupa personas con mentalidades laborales muy distintas, incluso antagónicas; así, podemos ver un alto grado de profesionalización entre la figuración más habitual, frente a los que se dedican a ello de forma más esporádica, que además no dudan en coger rodajes no remunerados o con condiciones inferiores a las legales por no verlo como un trabajo. Eso es algo que desde luego afecta a las condiciones de todo el sector y si a ello sumamos que es un colectivo con grandes diferencias entre zonas geográficas del país, veremos cómo esta práctica fraudulenta se hace mucho más patente en zonas como Andalucía, donde es un grave problema.
Otro hecho derivado de esa heterogeneidad entre la masa laboral de la figuración es la complejidad de la actuación sindical en un sector que presenta tantas diferencias de trabajo. Es más fácil poder actuar en series de televisión o películas, en que los rodajes tienen un recorrido de meses, que en la publicidad, donde ventilan la producción en un par de días. Esto, por ejemplo, implica un hecho diferencial entre la situación de Madrid, donde se concentra la mayor parte de la producción de ficción, y la de Barcelona, donde eminentemente se graba publicidad. Por otro lado, es clara la relación entre precariedad y participación sindical, ya que el freno a estos abusos mejora en general las condiciones de la figuración allí donde actuamos.
Hemos mencionado el microteatro: sirva como último ejemplo de cómo explotarse a sí mismo. Imaginemos una sala de minúsculo formato, a lo sumo 20 espectadores, dos actores/actrices en escena, 4 funciones seguidas, 5€ por entrada, 50% para la sala. Pensemos en el tiempo que implica la creación de la obra, los ensayos, conseguir sala, lo que cuesta el atrezzo aunque sea escaso, el hecho de estar sin contrato en muchos casos o como falso autónomo... En este caso hablamos de 100€ brutos por actor/actriz a la semana: si contamos todo ese tiempo de preparación está claro que trabajan para ser pobres.
Esperamos que este artículo sirva para hacerse una ligera idea de la realidad de quienes nos subimos a un escenario o nos ponemos delante de las cámaras.
En la década de 1940, siendo un niño, llegó al Euskal Herria para trabajar. Tuvo empleos en la industria, muy duros; muchos compañeros sufrieron enfermedades laborales, otros murieron trabajando. Hoy Adolfo tiene 92 años. Según el Fondo Monetario Internacional, está viviendo demasiado, ya que ha estado demasiados años recibiendo una pensión y, es más, esta institución considera que esta gran esperanza de vida es un “riesgo financiero”. Madalena se ha pasado toda la vida trabajando, limpiando casas. No cotizó, pero eso no estaba en sus manos. Trabajaba en las casas de la burguesía de Neguri. Recibe una pensión no contributiva de 392 euros, aunque haya trabajado toda la vida, tanto dentro como fuera de casa. María tiene casi 40 años. encadena contratos laborales precarios, la mayoría no son a jornada completa, si algún sueldo llega a los 1.000 euros, es un milagro. Aunque trabaja desde que tiene 20 años, sólo tiene ocho cotizados. Estas son algunas de las realidades habituales en nuestro entorno.
En este “oasis vasco”, si se mantienen los componentes que forman los salarios caeteris paribus, la tendencia de los salarios es preocupante. En los últimos nueve años, en Gipuzkoa, el territorio con los salarios más altos del Reino de España, el salario medio sólo ha aumentado un 1,9%; el poder adquisitivo ha caído diez puntos, todavía existe una gran brecha salarial de género y las condiciones laborales de los trabajadores menores de 40 años van empeorando. En esta inacabable transformación económica de las últimas décadas, la base es el sector servicios (spoiler: comparado con la industria, conlleva peores condiciones laborales). Está claro que la presión sobre los sistemas públicos de pensiones ahora vigentes va en aumento.
Lobbystas de entidades financieras, tecnócratas y economistas que basan sus opiniones en pseudociencias llevan años trabajando contra un sistema de pensiones público y digno. Hace unos años se hablaba de “productividad” (¿del trabajo?) como elemento central de transformación del sistema. Hoy, en cambio, es la demografía. Sin embargo, en el caso del Reino de España, la Fundación de Estudios de Economía Aplicada ha dejado claro en un informe que lo que hace tambalear el sistema no es que cada vez haya más personas mayores, sino el declive salarial. Y, por supuesto, los lobbystas, tecnócratas y economistas de derechas no pueden oponerse a esta evidencia empírica, aunque utilicen explicaciones simplistas para confundir a la gente o vistan sus explicaciones con fórmulas matemáticas.
El sistema de pensiones existente en la República Francesa es el resultado directo de la lucha obrera, que adquirió gran fuerza en los años 1930 y siguientes: el Conseil National de la Résistance apoyaba en su programa esta exigencia. También en el Reino de España, las luchas obreros durante el franquismo consiguieron aprobar la Ley de la Seguridad Social. Los sistemas públicos de pensiones, que no fueron aceptados gracias a lobbystas, tecnócratas y economistas de derechas, tuvieron que aceptarlo por la fuerza.
La pregunta que debemos hacernos no es si el sistema X es o no sostenible económicamente, porque expresarlo de esta manera no es correcto: el otro factor de la fórmula mantiene en secreto el caeteris paribus. La pregunta es, como sociedad, cómo queremos organizar la jubilación de nuestros mayores y nuestro futuro. Esto nos va a exigir romper ciertos límites conceptuales del modelo capitalista para definir cómo queremos repartir la riqueza. El futuro lo tendrá que decidir la sociedad, no los poderosos, y esto no es una lucha fácil. En definitiva, estamos hablando de economía política.
Publicado en el semanario Argia en euskera