El pasado domingo 12 de julio, como es mi costumbre, no participé en la fiesta de la democracia que tuvo lugar en la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAPV). Es que yo soy muy soseras para los asuntos festivos. Si no soy un buen embajador de, por citar algo cercano, la Aste Nagusia de Bilbao, menos voy a serlo para esa excitación que a algunos les supone introducir un sobre en una urna.

Mi hábito de no votar, tanto en las Elecciones al Parlamento Vasco como en los demás comicios, no me convierten en un ser aventajado respecto a quien sí vota. Me resulta absurdo el abstencionista que argumenta eso de “si votas legitimas el sistema” al igual que me parece ridículo el votante que me sentencia con “si no votas no tienes derecho a quejarte” o, como he tenido que aguantar en los últimos años, que se culpe al abstencionismo de la aparición de VOX en diferentes Parlamentos. Como repartir legitimidades y responsabilidades es gratis, quien se autodesigne como elegido repartidor que distribuya sus bendiciones como le salga de la entrepierna.

Mi actitud de no votar obedece a varios motivos pero como mi intención no es extenderme demasiado, señalo brevemente dos de ellos : uno es matemático y el otro es de clase.

MOTIVO MATEMÁTICO

Te invitan a participar con tu papeleta y los datos que reflejan la acción de votar o no votar, trasladados al Parlamento, mutan hacia una composición totalmente falsa en cuanto a la representación del sentir político que hay, en este caso, en la CAPV.

Según los datos del Censo Electoral, 1.718.318 éramos las personas con derecho a voto, de las que el 52,86% así lo han hecho y el 47,14% nos hemos abstenido. Pues bien, el Parlamento solo asigna escaños en función de ese 52,86% que ha votado y de una manera tan particular que, sin entrar en muchos detalles, el PNV perdiendo 50.000 votos respecto a las elecciones de 2016, por el contrario, obtiene tres escaños más que hace cuatro años. Invito a quien tenga tiempo y ganas para que revise los votos obtenidos por las formaciones que se han presentado a estos comicios, sume los votos de las posibles alianzas y compruebe la desproporción entre votos, respecto al Censo Electoral, y escaños. Así es como surgen mayorías parlamentarias inexistentes en las urnas. Es la magia del parlamentarismo.

Resumiendo, las matemáticas aplicadas al parlamentarismo gozan de una flexibilidad apta solo para los amantes del contorsionismo, eso sí, con muchas tragaderas.

MOTIVO DE CLASE

Como trabajador que aspira a una sociedad más justa y equitativa me organizo en el Sindicato que es el área política en el que nos asociamos los trabajadores. Mi conciencia de clase trabajadora se ve perturbada cuando vas tú y depositas una papeleta en la urna para elegir a un Partido. ¿Por qué me incomoda? Porque considero a los Partidos como los garantes de que el monstruo bicéfalo Patronal/Banca campe a sus anchas.

Los trabajadores somos los que generamos la riqueza -no lo digo yo, el Covid-19 ya se ha encargado de recordárselo a todo el mundo durante el confinamiento-, por tanto, la existencia de un Partido es irrelevante para una clase trabajadora que quiere erradicar la explotación ejercida por la Patronal. Por eso nos organizamos como Sindicato, como sujetos políticamente activos con el fín de conquistar parcelas de libertad que arrebatamos a los que viven de la explotación.

En el momento en el que votas nos estás despojando a los trabajadores de nuestro componente político, traspasándoselo al Partido que adquiere un protagonismo estelar, y relegas al Sindicato a un puesto de, como mucho, mero espectador. Votar a un Partido significa dejar, en general, al Sindicato ideológicamente desnudo y, en particular, al trabajador en tierra de nadie.

Hace unas cuántas décadas, unos hombres y unas mujeres que sufrían la explotación se asociaron como Sindicato, con sus virtudes y sus defectos, en torno a un ideal de emancipación, de transformación de la sociedad, de ser los garantes de su propio destino, para el que tuvieron claro que lo único que necesitaban era poner en práctica su potencial como trabajadores en el terreno de la creación, tanto material como cultural, y en el terreno de la distribución. Para esta finalidad, con la capacidad transformadora de la clase trabajadora puesta sobre la mesa, cualquier Partido es un estorbo.

Finalizo, agradeciéndote por anticipado a ti, votante, sí, votante, que en las próximas elecciones, sean del signo que sean, no me des la brasa con tus sermones pro-voto, dicho esto desde el más absoluto de los respetos... de momento.

 

 

 

 

 

 

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