25/10/2021

Anoche que no es poco

Escrito por Inma Iglesias Guerra

Si algo me ha quedado claro tras este año y medio de surrealismo vital en el que nos hemos visto envueltas, desde luego no es que vayamos a encargarnos de cuidar el planeta o que nos hayamos convertido en seres más solidarios, porque sé que no es así. Quien era insolidario antes, lo va a seguir siendo y a quien se la pelaba el planeta, se la va a seguir pelando. A mí personalmente lo que me ha quedado, más que claro, cristalino, es que en este país se lleva tratando a las personas mayores como ciudadanos de tercera mucho tiempo; tanto tiempo como llevamos inmersas en esta pandemia globalizada que se llama #siemprejoven.

Tengo 52 años y la inmensa suerte de que mis padres están vivos y bien de salud, con sus achaques, como es lógico, pero son independientes casi para todo. Sé que soy afortunada porque tengo mucha gente a mi alrededor a quienes les falta alguno de sus progenitores e incluso los dos, y aunque suene a topicazo el tener padres hace que una se sienta protegida por muy mayor que se sea y por difícil que les resultara ahora mismo a mis padres protegerme a mí de nada, más bien sería al revés; pero hay algo en el subconsciente supongo, que te hace seguir pensando que si hay un monstruo debajo de la cama, papá y mamá te salvarán de él y que mientras ellos estén ahí nada malo puede pasarte. Y como ellos muchos miles, muchos y muchas que pelearon hasta la extenuación para hacer de este país gris y pacato un lugar en el que pudiéramos desarrollarnos, estudiar, ser libres, empoderarnos…en definitiva, vivir.

Muchos y muchas que se fueron de sus lugares de origen buscando un lugar más próspero, que renunciaron a sus sueños para que nosotras pudiéramos cumplir los nuestros y que ahora han muerto como moscas hacinados en residencias de las que se ha descubierto en muchos casos que no cumplían con casi ningún requisito para que las personas mayores estuvieran perfectamente atendidas. El único requisito con el que cumplen a rajatabla es cobrar cantidades vergonzosas de dinero y ser un negocio muy rentable.

No me gusta generalizar, y por tanto no voy a hacerlo; estoy segura de que hay residencias en las que no ha habido ningún problema más allá de los que ha habido en todas partes, pero me gustaría saber cuánto pagan los ancianos que viven en esas residencias. Nunca estuvo más vigente el famoso “tanto tienes, tanto vales”.

El cuidado de los ancianos debería ser un servicio público, como lo es la educación o la sanidad. Es vomitivo lo que ha pasado y es vomitivo que se permita; se les expulsa de la sociedad porque no son jóvenes, porque como he dicho al principio vivimos en una pandemia globalizada en la que es mucho más importante la opinión de un niñato acerca de cualquier sandez interestelar, que la sabiduría que te proporciona la vida. Mi madre era ecologista sin saber ni siquiera lo que significa esa palabra, por simple sentido común; reutilizaba, reciclaba y no usaba casi plásticos, tendría mucho que enseñar a toda esta panda de influencers de pacotilla que nos invitan a beber con pajitas de bambú, porque quien las fabrica les paga por hacerlo.

Y como mi madre, todas las personas mayores, que saben tantas cosas y a las que no escuchamos porque no nos hablan através de una pantalla, a las que se ha ido desplazando de la sociedad porque no quedan bonito. Hace poco ví en televisión una iniciativa que se había puesto en práctica en una residencia de ancianos (creo que era en algún país del norte de Europa) y que consistía en mezclarles con niños y niñas de una guardería, un experimento conjunto entre la guardería y la residencia que había dado un resultado espectacular, porque resulta que se había creado una simbiosis entre todos ellos digna de ver. Los niños tan chiquitines no distinguen jóvenes de viejos, no le hacen ascos a las arrugas y solo quieren jugar; y lxs ancianxs muchas veces sólo necesitan que alguien quiera jugar con ellxs.

Tengo la suerte de trabajar con niños, y reconozco que la alegría que dan es impresionante. Ver como seres tan pequeños se van abriendo al mundo , como miran todo con esa curiosidad y esa inocencia, como te hablan desde ese surrealismo ingenuo y como te quieren enseguida sin ningún tipo de prejuicio. Deberíamos aprender mucho de ellxs, sobre todo su capacidad envidiable para vivir el aquí y el ahora; para ellxs no existe nada más.

Pero también he tenido la suerte de trabajar con personas mayores, y he descubierto que son pozos inmensos de sabiduría y que sólo por eso deberíamos protegerlos del mismo modo que protegemos a lxs niños. Deberíamos escucharles mucho más, porque todo lo que no nos cuenten se irá con ellxs y nos perderemos muchísimas cosas importantes; cosas básicas y sencillas pero importantes para la vida, que al fin y al cabo es lo importante.

También se han puesto en marcha iniciativas que juntan a jóvenes que no pueden pagarse un piso con personas mayores que necesitan compañía y cierta ayuda en su día a día. La mezcla me parece explosiva y muy interesante. Está claro que hay que evolucionar hacia estos modelos de convivencia, por cuestiones obvias de bienestar y felicidad para todxs, mayores y pequeñxs; y está claro que debemos luchar por una sociedad justa porque lo que se hace con muchas personas mayores no es justo ni decente. Porque es obligatorio que el cuidado de nuestros mayores sea un servicio público y porque una sociedad que arrincona a parte de sus miembros es una sociedad enferma y condenada.

Gracias a todas las personas mayores que me han enseñado tantas cosas y que espero me sigan enseñando…¡va por ustedes! Y en especial por el Señor Pedro y la Señora Placi, mis papis.

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