Hay otra forma

Azkuna, eres un hijo de… tendera

Ese señor de Durango que ostenta –y vaya si ostenta- la alcaldía de Bibao, estando el otro día de cuchipanda con sus amigotes de la patronal vizcaína y bien flanqueado por su séquito de tiralevitas, se puso –como es costumbre en él- a sentar cátedra. Porque Azkuna no habla, Azkuna sentencia.

Azkuna, que es muy leído, se puso a leer la cartilla a los comerciantes de Bilbao, que por lo visto, son una recua de holgazanes que no quieren trabajar los festivos, y les mostró el ejemplo de los tenderos chinos, que no se andan con remilgos ni tonterías de esas de tiempo libre, ni conciliación familiar, ni leches. Los chinos -sentenció Azkuna-, “comen, duermen y procrean en sus tiendas” y añadió: “no sé dónde se mueren, pero van a competir con nosotros de una forma tremenda”.

Sus amigotes le jalearon y aplaudieron con sus bocazas llenas de canapés y claro, Azkuna que no es de piedra, se vino arriba: "Si pasean ustedes por el Casco Viejo, verán que algunas tiendas cierran, no por la crisis, sino porque los hijos prefieren ser abogados o dentistas, cerrar la barraca el viernes a las seis de la tarde y, claro, hay que abrir los sábados la tienda. Ese es el grave problema de la empresa familiar", dijo, provocando nuevos vítores y risotadas de su entregado público. Recordó después que su santa madre era tendera y trabajaba de sol a sol.

Pues querido Azkuna, como buen hijo de tendera, ¿no deberías haberte quedado en la tienda familiar? No, eso no era para ti. Tú querías tener una vida mejor que la de tu santa madre y por eso decidiste ser médico, más tarde político y después alcalde vitalicio. Hiciste lo mismo que esos malos hijos que se hacen abogados o dentistas, o electricistas, mecánicos, administrativos, albañiles, camareros o cualquier cosa que les sirva para ganarse honestamente la vida.

Niegas a los demás el derecho a hacer lo que tú mismo hiciste y afeas la conducta de aquellos que se niegan a sacrificar su ocio, su tiempo libre, sus relaciones familiares y sociales, su vida al fin y al cabo por ese modelo de Bilbao que tú y tus fieles nos estáis obligando a tragar por decreto y sin guarnición.

Un Bilbao por y para el turismo, para los grandes arquitectos y la patronal, un escaparate de diseño, un enorme centro comercial pagado a escote en el que nada importa la opinión de sus habitantes.

Actúas como un dictadorzuelo de opereta, ungido por una falsa mayoría absoluta que a ti te vale, pero a los que tenemos calculadora no. Recibiste el apoyo del 26,28% del censo electoral, o lo que es lo mismo, el 73,72% no te quiso como alcalde. Y si contamos al conjunto de las personas empadronadas en Bilbao, con o sin derecho a voto, la realidad es que solamente representas al 21%. Pero la “magia de la democracia” consigue convertir el rechazo mayoritario a tu persona y tu gestión en mayoría absoluta para gobernar del modo absolutista que tú lo haces.

Como suele pasar a menudo, lo que es legal no tiene por qué ser justo y lo que es justo puede ser ilegal.

Deberías ser un servidor del pueblo, pero te comportas como un déspota, ilustrado, pero déspota, “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, decían ciertos personajes de infausto recuerdo. Porque tú, como aquellos, desprecias a tus administrados.

Corretea a tu alrededor una corte de aduladores que glosan tu energía y tu firmeza, tu sabiduría y simpatía. “¡Al pan, pan y al vino, vino! ¡Qué txirene es nuestro alcalde! ¡Es un dandy! ¡Qué tío más elegante!”, babean los lameculos de la Villa.

Es a lo que estás acostumbrado. Por eso no soportas la menor crítica, ni siquiera una mínima discrepancia. Te pone de los nervios que esos piojos a los que administras pretendan participar en la toma de decisiones sobre los asuntos que les afectan, que se autoorganicen, ¡que te contesten!

Por eso no quieres ni oír hablar de asociaciones de vecinos, ni de comisiones de fiestas, ni de iniciativas populares, ni de participación ciudadana. Por eso restringes el uso del espacio público, como si fuera tuyo. Por eso tus policías municipales se comportan como matones de discoteca.

Según tu idea de la democracia, el populacho, la chusma, es inmadura e incapaz. Necesita una figura paterna y sabia que lo lleve por el camino recto. Una figura autoritaria que no le permita desmandarse. El pueblo es menor de edad y no sabe lo que le conviene. Menos mal que te tienen a ti…

Pero te equivocas. De hecho, aunque no lo puedas creer, lo haces a menudo. Te niegas a aceptar que Bilbao tiene un tejido asociativo rico, abundante y variado. Te niegas a verlo como algo valioso y útil para gestionar de un modo más democrático y participativo los asuntos de la Villa. Lo ves como una amenaza que pone en cuestión tu suprema e infalible autoridad. Por eso lo desprecias. Por eso lo reprimes con tanta saña.

Dice el diccionario de la Real Academia Española que un tirano es -en su segunda acepción- una persona “Que abusa de su poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto o materia, y también simplemente que impone ese poder y superioridad en grado extraordinario”. Pues eso eres tú, -en su segunda acepción- un tirano.

Durante años te ocupaste de la gestión de la sanidad pública vasca, que es estupenda, pero sólo para los piojosos. Cuando tú enfermaste, te pagamos a escote el viaje y el tratamiento en Houston, porque tu sueldo, tu sueldazo –mejor dicho- querido Azkuna, te lo pagamos solidariamente entre todos. Tu te merecías más, porque eres más y mejor. Como me decían unos amigos, esto podría ser una película: “Tu a Houston y yo a Osakidetza”. Supongo que sería un drama.

Has decidido morir en el cargo, “con las botas puestas”, demostrando una vez más, no tu entrega y voluntad de sacrificio por Bilbao, sino el tamaño de tu ego, tu arrogancia, tu prepotencia, tu chulería.

Quieres ser recordado con admiración, tener una buena plaza o avenida a tu nombre, quizás con una estatua que mire al horizonte con altivez. Quieres una despedida grandiosa, como la de Enrique Tierno Galván. Pero te equivocas de nuevo. Tú recuerdas mucho más a Jesús Gil.

Ojalá tu santa madre no hubiera tenido que trabajar de sol a sol y te hubiera podido dedicar más tiempo. Seguro que hoy serías mejor persona.

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