11/01/2021

Despertando al sindicalismo

Escrito por Ane Aragón

Toda mi vida laboral me ha acompañado la temporalidad. Por suerte, con los años, las condiciones han ido mejorando y he pasado de trabajos en muy precario; sin contrato, en una caravana expuesta para la venta y sin acondicionar para trabajar, y reclamando que me pagasen a golpe de telefonazo, a precario; sin contrato, sólo fines de semana, esperando la renovación del contrato de un día a otro y sueldo ínfimo, a condiciones “dignas”; en cuanto a sueldo y la posibilidad de pedir permisos y licencias. De todos y cada uno de los trabajos que he realizado, que han sido muchos y muy diversos, he sacado un aprendizaje. Y me quedo con todos.

Uno de los primeros trabajos que tuve con mejores condiciones, me ofreció la oportunidad de conocer el sindicalismo. Así que, fue una experiencia fascinante. Nunca olvidaré a mis compañeras y compañeros de fatiga y todo lo vivido en aquella empresa. Por supuesto conseguí el trabajo, porque me “enchufó” una trabajadora de la empresa (todo mi agradecimiento), porque si no, ni lo hubiese conseguido. En este mundo laboral que tenemos, de nada sirven los títulos y las ganas de trabajar si no tienes experiencia.

Pues bien, cuando yo llegué a la empresa, estaban pasando por un momento complicado y muy enriquecedor a la vez. Se trataba de una empresa familiar que había alcanzado gran éxito, pero que acababa de ser comprada por una empresa aún mayor y cuyo objetivo era venderla. Atrás quedaban las buenas condiciones laborales y el buen ambiente de trabajo. Como yo acababa de llegar y estaba tan contenta de tener por fin un contrato de trabajo, aceptaba todo lo que venía con normalidad y asumiendo que el mundo laboral era así. Asistí a discusiones con el gerente, entre compañeros, al fallecimiento de un compañero en accidente laboral….Y yo observaba y aprendía. Hasta que llegó el momento de negociar el convenio colectivo y por supuesto, ante un gerente sin escrúpulos y sin ganas de negociar, se convocó una huelga.

Para cuando llegó ese momento, dentro de mí algo estaba cambiando. Ya no me parecía tan maravilloso meter horas extras gratis, ser la última en coger vacaciones y tener 8 contratos en 3 años. Mi padre, obrero de la fundición y mi madre, empleada de hogar, habían hecho que lo vivido y escuchado en casa, me hicieran tener conciencia crítica y saber, que si yo como trabajadora, ofrecía lo mejor de mí, era justo que la empresa también lo hiciera.

Llegó la convocatoria de huelga y las asambleas anteriores. Yo ya estaba decidida a ir a la huelga costase lo que costase. Pero el día anterior, se me acercaron varios componentes del comité y me dijeron que ni se me ocurriese, que yo tenía que ir a trabajar y que no podía perder mi trabajo. A regañadientes acepté lo que decían, porque apenas tenía experiencia y criterio en esos temas. Todavía recuerdo aquel viaje en metro y autobús para llegar a mi puesto de trabajo. No podía parar de pensar que no estaba bien lo que estaba haciendo. Llegué a la puerta y allí estaban mis compañeras y compañeros, con pancartas y silbatos y dejándome pasar amablemente. Todavía me cuesta recordarlo. Es la última vez que falté a una huelga.

Aquella experiencia, despertó en mí el orgullo de clase obrera y la rabia hacia las injusticias. Me di cuenta de que ante la patronal, la única solución para la clase trabajadora es la solidaridad y la acción. Poco después me afilié a CNT.

En estos tiempos que vivimos, donde sólo existe coronavirus, se nos olvida que aún quedan muchas pandemias en nuestra sociedad, la de la precariedad laboral, los accidentes de trabajo, el machismo, la destrucción del planeta, la avaricia… ¿Cómo podemos asumir que tener trabajo no es sinónimo de ganarse la vida? Es nuestra obligación dar el relevo a las generaciones que vienen, para que reivindiquen sus derechos y no tengan miedo a hablar alto y claro desde sus primeras experiencias laborales. Y que asuman como normal, que sindicarse es parte de nuestra vida laboral. Porque, ante una patronal siempre fuerte, sin unidad entre las y los currelas, no somos nada.

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